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  • Julio Moreno

Clientelismo, inflación y la fábrica de pobreza

La inflación es actualmente la mayor preocupación de los argentinos; le siguen la salud, la seguridad, la corrupción y la educación, entre los más importantes y por si esto fuera poco, nuestro país se ubica entre los cinco países con peor desempeño económico en los últimos 40 años. En 2019 tuvimos la tercera mayor tasa de inflación del mundo (54%) después de Zimbabue y Venezuela. Triste récord. Además, durante los últimos once años (2010-2021) el promedio de inflación anual llega al 38% y en el primer semestre de este año ya hemos alcanzado la inflación presupuestada para todo 2021.





La inflación es el aumento sostenido y generalizado de precios de bienes y servicios. Las causas son varias; entre ellas, las más importantes son la fragilidad monetaria y cambiaria, los costos y la cultura de la especulación.


La crisis monetaria tiene la mayor incidencia ya que se produce por la mayor emisión de dinero sin que hayan aumentado en igual proporción la producción de bienes y servicios.


La cambiaria es consecuencia del manejo discrecional en la cotización de las divisas, especialmente, el dólar.


El problema de los costos surge del aumento de los precios de insumos necesarios para la producción de bienes y servicios, incluyendo un sobreprecio estimando el valor de reposición.


Finalmente, la tradición especulativa es consecuencia de las otras; y por la experiencia y fragilidad de la economía (un problema endémico) termina convirtiéndose en una causa más.


Fábrica de billetes y de pobres


El objetivo de esta nota es tratar de entender por qué con tanta inflación cuya principal causa es el gasto público materializado principalmente en subsidios y planes sociales, hay en nuestro país más pobreza. A pesar de la gran cantidad de dinero que se emite y se gasta en asistencia social no se frena el incremento de la pobreza y de la indigencia que es una constante en lo que va del siglo XXI.


La inflación no es un problema mayor en el resto del mundo, a pesar de la pandemia que provocó mayor emisión monetaria. En los países desarrollados oscila entre 1% y 3%, y otros países con economías similares a la nuestra hasta un 5% anual. El problema lo tenemos nosotros: este año vamos acumulando una inflación de entre 45 y 50%, y es imperioso un plan económico consensuado con todos los sectores con reglas de juego claras consensuadas, que se respeten a lo largo del tiempo y con seguridad política y jurídica. Podemos afirmar con total seguridad que la inflación es un impuesto que los pobres sufren en forma directa; sin ir más lejos, el impuesto inflacionario durante el año pasado fue el que tuvo mayor recaudación, superando al IVA y al impuesto a las ganancias. Con mayor gasto público, al emitir más dinero del que respondería a las necesidades dentro de la lógica económica, se ve obligado a sacar de circulación los billetes para no generar una explosión inflacionaria. Lo hace a través de la emisión de títulos públicos, con el pago de altas tasas de interés (efecto "secante") que elevan considerablemente el costo del dinero, perjudicando especialmente a los emprendedores y a las pymes que lo necesitan para financiar sus actividades. En gran medida, al gobierno le conviene que haya mayor inflación que la presupuestada, ya que aumentan los ingresos y, por supuesto, esa mayor recaudación le sirve para destinarla a gastos discrecionales que no están en el presupuesto.


Es el ajuste inflacionario.


Pero ese beneficio para el Gobierno tiene consecuencias nefastas para la actividad privada, que es la generadora de riqueza genuina y de fuentes de trabajo, ya que, junto con una alta presión tributaria, producen mayor desocupación, acompañado por el cierre o la emigración de muchísimas empresas pequeñas y grandes, y el crecimiento de la economía informal. Se estima que por cada punto de inflación, más de cien mil personas pasan a ser pobres o indigentes y las cifras lo demuestran: tenemos un 42% de argentinos pobres, un 10,5% de indigentes y la pobreza infantil que supera el 50% de nuestros jóvenes y niños.


La inflación tiene una relación directa con la pobreza y la indigencia porque son las capas medias y bajas de nuestra sociedad las que pagan mayormente el impuesto inflacionario, debido a que consumen todos sus ingresos, los que a su vez se ven debilitados por los constantes aumentos de precios y sus ingresos que no los acompañan.


Resumiendo: el gasto público destinado a subsidios o a fines de solidaridad social creció significativamente en estos últimos años, agravando la situación económica, aumentando la pobreza, la indigencia, la desocupación y ahuyentando las inversiones, con una deuda difícil de pagar que contribuyó a generar inflación.


A esta altura de las circunstancias podríamos afirmar y llamarlo en vez de gasto público, "gasto de clientelismo político" por el fracaso demostrado.


Tenemos que cambiar el paradigma y redireccionar esos fondos a capacitación en artes y oficios, también para la creación de nuevas empresas especialmente micro, pequeñas y medianas, buscando reactivar la economía con la contratación de las mismas para realizar los trabajos que necesita la función pública; esto posibilitará la contratación de los desempleados y los miles de jóvenes que año a año salen a insertarse al mercado laboral para evitar que emigren a otras provincias o al exterior.


Las prioridades que debemos tener, además de lo expresado anteriormente, será discutir cómo mejoramos la educación para darles a nuestros jóvenes las herramientas necesarias para ser competitivos buscando la excelencia, bajar la inflación y dar un vuelco a la economía con estabilidad y reglas de juego claras. Si seguimos haciendo lo mismo que en estas últimas décadas, el resultado será el mismo y sabemos que fracasamos, el desafío será cambiar y el ejemplo lo tenemos muy cerca con nuestros países vecinos... ¿Qué nos pasó, Argentina?


Vayamos pensando...

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