Andrés Cisneros
Una Política Exterior de anticipaciones
Andrés Cisneros (*) Jorge Raventos(**)

En estos años, cuando el resultado de la pasada elección presidencial estadounidense y el tránsito de la presidencia Obama a la presidencia Trump dibujó un novísimo escenario mundial y obligó a una reflexión sobre el rumbo y los acentos de la política exterior, es quizá más fácil comprender la trascendencia de la política exterior de los años noventa, cuando aquello que había que repensar no derivaba tan solo de un cambio de elenco gobernante en los Estados Unidos, sino de una combinación de fuertes transformaciones epocales, algunos de cuyos rasgos centrales eran:
El fin de la Guerra Fría y la bipolaridad por implosión de uno de sus actores (el sistema soviético).
El consecuente inicio de un periodo de unipolaridad, signado por la hegemonía plena de los Estados Unidos.
Por debajo de esos cambios políticos de gran magnitud, el despliegue de una tendencia mas profunda: el cambio de eje del intercambio mundial del Atlántico al Pacífico. Todo ello en el marco de un proceso progresivamente acelerado de integración económica mundial y globalización, que erosionaba las atribuciones tradicionales de los Estados nacionales mientras estimulaba procesos de construcción de grandes bloques continentales.
Prejuicio de época: la globalización era una política de los industrializados que perjudicaba a los emergentes. La historia ha mostrado que esa era una interpretación errónea (Trump es un emergente del fenómeno inverso: el crecimiento y la progresiva competencia de naciones emergentes, el desplazamiento de inversiones y puestos de trabajo del centro a la periferia).
Para comprender la naturaleza y las opciones de la política exterior de los noventa conviene recordar el contexto en que tuvo que operar. Había que actuar cuando los rasgos del nuevo ordenamiento no estaban fijados, en medio de la turbulencia y el cambio.
Los desafíos
Los ejes principales –o, si se quiere, las apuestas– de la política exterior argentina de esos años, primero con Domingo Felipe Cavallo y luego largamente con Guido Di Tella, fueron:
El país debía abandonar su amurallamiento y vincularse a los flujos y tendencias centrales del mundo. O reaccionaba adaptándose a la globalización en marcha o seguiría profundizando un derrotero de aislamiento e irrelevancia que ya se venía extendiendo por demasiado tiempo. La aprobáramos o no, la globalización avanzaba e imponía un nuevo paradigma, caracterizado por la postergación de las confrontaciones ideológicas y su reemplazo por las disputas económicas, potenciadas por la escala cada día mayor que los adelantos tecnológicos pasaron a imprimir a la nueva economía.
Se debía encarar el desarrollo económico en un mundo distinto, globalizado, en el que había que reconquistar confianza, luego de medio siglo de dictaduras, proscripciones y experiencias autoritarias, sin contar con un sistema institucional sólido, sino con uno recién armado.
Había que relacionarse con el mundo desde una Argentina que hacia apenas seis años había dejado atrás el régimen militar mas cruento de toda la región, que había experimentado recientes conatos de insubordinación castrense, que había emprendido una guerra abierta con la tercera potencia naval del mundo respaldada por los Estados Unidos y el entero Consejo de Seguridad de la ONU, en medio de una crisis económica pavorosa. Una Argentina que, insatisfecha y todo, continuaba profesando confianza en la matriz Estado-céntrica que tanto había tenido que ver con nuestra incomprensible decadencia. Y había que hacerlo desde un gobierno sólido en su legitimidad interna, pero, puesto que había surgido del peronismo, siempre observado con sospecha por el hemisferio norte.
Por otra parte, la Argentina de 1990 emergía de una crisis económica y política que había demandado el anticipo en la transmisión del mando presidencial. En 1989, la Argentina experimentó el primero de los dos estallidos hiperinflacionarios que tuvo el país. En ese la inflación superó el 5.600% anual. En el mes de julio de 1989, al asumir el nuevo gobierno, el nivel de inflación superó el 200% mensual. Entre julio de 1989 y diciembre de 1990, hubo un nivel de inflación superior a los 22.000%.
La situación política se caracterizaba por un derrumbe progresivo de la efectividad del Estado para gobernar en todos los frentes. Desde fines del período de Alfonsín, florecían distintas hipótesis populistas y se designaba como “khadafismo” una hipótesis de intervención castrense que llegaría a manifestarse como intentona después del comicio y seria derrotada.
Era indispensable recuperar rápidamente autoridad del Estado y confianza nacional y mundial, aun a riesgo de sobreactuar.
En ese sentido era conveniente para los intereses del país –aunque no pareciera obvio para muchos actores políticos–, modificar el sesgo de hostilidad hacia los Estados Unidos que parecía constituir un ingrediente constante de la política exterior argentina, probablemente el de mayor continuidad, en democracia o autoritarismo, con vida constitucional o sin ella, a menudo desde espacios políticos que, entre sí, se trataban como enemigos pero mantenían coincidencias profundas.